miércoles, 20 de mayo de 2009

HISTORIA DE LAS ORGIAS


Al parecer, los griegos habrían sido una cultura hedonista, cuyo secreto de la felicidad, así entendida, se manifestaba en el hecho de haber comprendido, mejor que nadie, que el anhelo por conseguir una meta, un objetivo unívoco, excluyendo en ello todo lo demás, era el principio de todos los males, la cuna de toda forma de desdicha. ¿Habrían sido por ello, los griegos, una cultura ateleológica? Esa filosofía marca el ethos de los griegos, y la razón por la que tanto el placer como lubricidad habrían tenido un carácter y una connotación tan importante y tan seria para ellos que habrían llegado incluso a concebirlos como la forma propiamente tal de su religiosidad y de toda religiosidad posible. El lema de los griegos, según el cual, el afán por alcanzar una cosa bajo ningún pretexto podía impedir el goce de otra, con el que Partridge caracteriza el ethos griego, habría hecho que éstos basaran “...sus ideales y comportamiento en un hedonismo extraordinariamente simple y sensual” De este modo, los griegos habrían sido un pueblo dispuesto para el placer, y en su cotidianidad, como nos informa Partridge, habrían demostrado “...un inconfundible entusiasmo por la vida, caracterizado por la gracia, la elegancia y la comprensión del arte de vivir, ya fuera en lo refernte a la comida, la vestimenta o el control de la sexualidad” Toda la administración de la ciudad partía de este principio para establecer, a partir de allí, las necesidades de los ciudadanos y las cosas de relevancia para Polis. El criterio del placer era el que ordenaba las jerarquías de las cosas que eran importantes para la ciudad, pues, para los griegos de la antigüedad, el placer era lo primero. Así parece testimoniarlo el poeta Simónides de Ceos cuando pregunta: “¿Sería la vida de los mortales deliciosa si careciera de satisfacción sensual? ¿No nos resultaría poco envidiable la vida de los propios dioses sin este don?” Partridge nos informa que, en general, “en todos los niveles intelectuales, la gente reconocía el papel esencial del materialismo voluptuoso en los asuntos humanos”, de donde se puede colegir con mucha facilidad lo muy profundamente que el hedonismo había calado en el corazón del mundo griego. ¿La razón? Burgo Partridge arguye que una de los motivos de este sensualismo generalizado reside en el hecho de que “los griegos... (habrían sabido) lo que casi nadie acertó a ver a lo largo de los siguientes dos milenios: que el deseo pasajero por A no era incompatible con el amor más permanente por B” Un ejemplo de esto nos lo entrega la Odisea de Homero, en la que se narra una escena muy peculiar. Según esta, Afrodita, que se habría abandonado a los placeres de un ilícito amor con Ares, no habría recibido de Hefestos, su marido, ni tampoco del resto de los dioses que habrían presenciado la adultera escena, ninguna reprobación moral, ni ningún otro tipo de condena de esta naturaleza. Antes bien, los dioses griegos habrían gastado unas cuantas bromas con la infidelidad de Afrodita, unos cuantos sarcasmo y una que otra risa. Ahora bien, lo que aquí va a aparecer bajo la palabra religión no debe entenderse al modo cómo se entiende la religión hoy por hoy en occidente. Partridge nos ilustra, un poco, acerca de qué es esta religión de los griegos cuando dice: “en el pensamiento griego, el amor y la belleza estaban íntima e inextricablemente ligados. Más que cualquier otra cosa eran motivo de alegría y gratitud, por la expresión sencilla y entusiasta de las emociones”. La religión, se sigue de aquí, es una forma de religarse a través de la sensualidad (el amor como fiesta de los sentidos), la belleza, la alegría y la gratitud a los dioses por habernos dado tantas y tan buenas cosas. No era esta expresión de martirio y sufrimiento, de abstinencias y penitencias que llegó a ser más tarde con la judeahización del occidente pagano. Incluso la filosofía, en algunos casos llegó a ser expresión de esta sensual forma de entender y comprender el mundo. A este respecto, Partridge nos dice que “la filosofía del placer como auténtico objetivo en la vida recibió el respaldo de toda una escuela filosófica, la de Aristipo de Cirene, que demostró su adhesión con sus prácticas y tuvo como amante a Laís, eminente hetera de la época”. En otra parte, Heráclides Póntico “en su ensayo Sobre el Placer afirma que la lujuria como actitud vital es una prerrogativa de las clases gobernantes, mientras que el trabajo y el aburrimiento son el destino de los pobres y de los esclavos. De hecho, según este ensayo, quienes valoran la sensualidad y la lujuria son de carácter superior a los que no lo hacen”. ¿Se sigue de esto que los griegos hayan sido un pueblo aristocrático por excelencia? Pese a todas estas consideraciones, el autor permanentemente hace referencia a las orgías como “válvulas de escape”, “descarga de tensión organizada... liberación de histeria acumulada por la abstinencia y la contención...”, etc., lo cual, podría representar un principio de contradicción, cuando no de incomprensión, si ha definido ya antes a los griegos como una cultura con una privilegiada disposición al placer. Lo que resulta raro es que se hable de “válvulas de escape” allí donde, al mismo tiempo, se dice que hay una relativa familiaridad con el placer y en donde la libertad de un modelo de vida hedonista es incluso promovida por las instituciones. El alegato de las “válvulas de escape” suena más propio para sociedades más bien compungidas y sometidas a un estricto y represivo control de su sexualidad, más característico de sociedades como la puritana o la victoriana. Sin embargo, puede ser que por la abstinencia y la contención sexuales que los griegos se auto-imponían, de acuerdo con la opinión del propio autor (pues, según éste, la sabiduría de los griegos los impelía a pensar la sexualidad con intervalos considerables de reposos, para aumentar el goce y la satisfacción que de ello se deriva), el concepto de “válvula de escape” se justifique en algo. Pero aún así, sigue sonando raro eso las “descargas de tensión”, pues psicológicamente hablando -y esto, incluso, podría tener validez para una cultura como la griega, guardando todas las reservas que la distancia histórica nos impone- es casi seguro que una contención de la sexualidad autoimpuesta no haya sido la misma cosa -esto es, no haya sido experienciada de la misma manera- que una contención impuesta desde afuera con mano de hierro, como suele decirse, ocurrió con los puritanos del siglo XVII y los victorianos del siglo XIX. Las heteras, más bien sacerdotisas del culto hedonista que simples prostitutas, jugaban un rol sumamente importante en las rutinas orgiásticas de los griegos. Su oficio, en ese sentido, podría muy bien ser considerado una forma de prostitución consagrada antes que una prostitución característica del mundo civilizado moderno. Ellas “...eran admiradas por sus cualidades intelectuales tanto como por las físicas” y muy a menudamente se les “...reclutaba para que participasen en el culto de Afrodita”. Las heteras participaban mayoritariamente en las orgías que se organizaban con motivo del culto a la diosa Afrodita. Estas orgías se conocían con el nombre de afrodisias y algunos testimonios de ellas en la antigua Grecia nos ha llegado a nosotros a través de los relatos de Burgo Partridge. Las afrodisias eran festividades orgiástico-religiosas que se celebraban en todo el territorio griego y “...raras veces faltaban a ellas las heteras y las prostitutas”. De acuerdo con Luciano, las orgías afrodisias que se celebraban en Biblos, en el gran templo dedicado a Afrodita, eran sumamente habituales. Algunas de estas afrodisias son descritas del modo que sigue: A. En primer lugar, hallamos las orgías de Corinto. Sobre éstas, Partridge nos dice que “existe en la ciudad la costumbre de atraer, cuando ofrece sus plegarias a Afrodita, el mayor número posible de heteras para la gran procesión, y ellas rezan a la diosa y están presentes en los sacrificios y el banquete sacrificial” B. Estrabón escribió sobre el templo dedicado a la diosa Afrodita Porne en Corinto: “El templo de afrodita era tan rico que podía mantener a más de mil heteras, dedicadas a la diosa por hombres y mujeres. Estas jóvenes atraían a tantos extranjeros que la ciudad se enriqueció gracias a sus visitas” C. En las afrodisias de Egina, una festividad especialmente creada para la participación de las heteras, Friné destacaba como la más hermosa entre todas ellas. Ateneo nos cuenta que “...Apeles la usó como modelo para su famosa Afrodita Anadiomene” D. Partridge nos informa que “las numerosas prostitutas de Corinto celebraban las afrodisias a su propio modo lascivo y bullicioso. La ceremonia conocida como pannychis..., proseguía a lo largo de toda la noche. Aunque religiosa en teoría, en la práctica era poco más que una juerga promiscua y lasciva” E. La festividad en nombre de Afrodita Anosia, que se celebraba en Tesalia, también tenía un carácter altamente lascivo, sólo que estaba dedicada para participantes exclusivamente mujeres. F. Casi todas las afrodisias se llevaban a cabo en primavera. Partridge nos cuenta que “en Chipre... se instauró en la playa de Pafos, lugar del nacimiento de la diosa, la más célebre y lujuriosa de sus ceremonias. Muchachas jóvenes bañaban amorosamente la efigie de la diosa en el mar y la adornaban con flores antes de bañarse ellas mismas en arroyos cristalinos que corrían entre matas de mirto sagrado y hondonadas cubiertas de almendros floridos, en preparación para las inminentes orgías de amor” Las dionisias, festividad estrechamente ligada con el culto al dios romano Liber, constituyen la otra forma de fiesta orgiástico-religiosa de la Grecia de la antigüedad. Había muchas formas de festividades dionisias en toda Grecia. Algunas de las más importantes son: A. Las leneas: esta fiesta, también llamada “fiesta de los lagares”, es una dionisia “caracterizada por la celebración de un gran banquete..., y por la procesión de gente disfrazada que recorría la ciudad entera, acompañada de bromas groseras de todo tipo, principalmente de carácter erótico” B. Las elafebolias: también llamadas dionisias urbanas, esta festividad se llevaba a cabo entre los meses de marzo y abril. Pese a que eran fiestas en honor de Artemisa, la diosa de la caza, “en ellas, unos coros cantaban ditirambos en honor de Dionisio, hermosos efebos ejecutaban danzas y, por la tarde, la gente sacaba sus triclinios a la calle y allí bebía hasta emborracharse. Siempre había uno o más falos como parte de la diversión”. C. Partridge señala que “en determinadas regiones de Grecia, sobre todo en Citerón, Parnaso y las islas, se celebraban dionisias especiales, en las que sólo podían participar las mujeres y las muchachas. Por la noche, vestidas con atuendos báquicos y pieles de cabra, despeinadas y portando instrumentos musicales, subían a la cima de la montaña más cercana donde, estimuladas por la actividad inusual y por el vino, al que no estaban acostumbradas, ejecutaban danzas y sacrificios que adquirían rápidamente un carácter orgiástico” D. Las tíadas, mujeres que acudían cada año junto con las mujeres de Delfos al monte Parnaso, tenían la costumbre de celebrar allí fiestas orgiásticas en honor del dios Dionisio. También en la cueva Coricia, nos informa Homero, las tíadas se desenfrenaban en honor de los dioses Dionisio y Apolo. Es preciso decir que las dionisias diferían, sustancialmente, de la naturaleza de las festividades de la fertilidad, tan ampliamente conocidas Las dionisias eran fiestas religiosas que ponían en comunión a los hombres con sus divinidades. De acuerdo con Partridge, toda actuación que pudiera sacar a los griegos de su rutina e instalarlos de improviso en lo insólito -motivándoles a actuar de una manera alterada e inusual-, era atribuida a la posesión de algún dios. Las orgías, en este entendido, suponían una festividad en el sentido antiguo de la palabra -esto es, en el sentido de una irrupción del tiempo sagrado (el no-tiempo propiamente hablando) en el tiempo profano, en el que todas las ligaduras, en este último presente, desaparecen-. Es el tiempo de lo insólito y lo inusual, en el que la representación y tiranía de lo cotidiano se anula para dar lugar al tiempo extraordinario de la igualdad y la libertad. Poseídos por los dioses, única explicación que el griego antiguo puede hallar a su excepcional condición temporal, vincula su animosidad orgiástica a la divinidad, dotando a la orgía, de este modo, de una condición religiosa que no va a volver a aparecer por mucho tiempo en occidente. Junto con las afrodisias y las dionisias los griegos celebraban los misterios de Eleusis. “La ceremonia duraba nueve días y no es fácil determinar su naturaleza con exactitud. La idea subyacente guardaba relación con la muerte y el renacer de los cereales, pero también con nociones vagas de la inmortalidad humana”. Partridge caracteriza las ceremonias de Eleusis del siguiente modo: “Los primeros días de las festividades se dedicaban a procesiones, baños rituales y purificaciones en el mar, no siempre llevados a cabo con modestia y decoro. El sexto día, una procesión partía de Atenas rumbo a Eleusis. Los participantes, que se contaban por millares, llevaban coronas de mirto y hiedra, y portaban antorchas encendidas y mazorcas. Una vez en Eleusis, situada a casi quince kilómetros de Atenas, el tiempo restante destinado a las celebraciones se consagraba a actividades ruidosas, alegres y esotéricas, por mucho que Titinio las califique sin rodeos de incestuosas. La mayor parte de los ritos dedicados a la copulación ceremonial y demás prácticas orgiásticas implicaba también periodos de abstinencia”. Un ejemplo de esto son las festividades conocidas con el nombre de tesmoforias. Estas han llegado en gran parte hasta nosotros gracias a Aristófanes. “En las tesmoforias... ‘todas las mujeres que deseaban participar tenían la obligación de abtenerse de todo contacto sexual durante los nueve días precedentes a la celebración. La sagacidad de los sacerdotes presentaba este requisito como un acto de piedad, siendo, por descontado, la verdadera causa la entrega sin reservas de las mujeres a las orgías eróticas tras tan larga abstinencia. Para fortalecerse y poder observar la castidad que se esperaba de ellas y que, sin duda, encontraban difícil de guardar, las mujeres cubrían sus lechos con hierbas y hojas refrescantes, especialmente agnocasto (λυγος αγυοζ) y otras plantas (como χνεωρον, χονυζα)’”. Partrifge señala que “era, no obstante, en honor de Afrodita que se celebraban las fiestas más esplendidas, populares y disolutas. Era Afrodita quien ofrecía a los griegos y a sus dioses las delicias del amor”. De donde se concluye que eran las afrodisías las fiestas más propiamente lujuriosas que se pueden hallar en la antigua Grecia. Esta opinión nos merece una reserva, aunque no esta totalmente zafada de la realidad (habría que investigar un poco más al respecto). Las diferencias que, siguiendo a Partridge, parecen haber entre las afrodisías, las dionisias y los misterios de Eleusis radican en que mientras las primeras no eran oficialmente reconocidas por la Ciudad-Estado, tanto las dionisias como las festividades de Eleusis eran no sólo reconocidas, sino que ampliamente difundidas, patrocinadas y financiadas por la Polis. Ahora bien, entre las dionisias y las fiestas de Eleusis la diferencia pareciera hallarse en el grado de profundidad religiosa y trasfondo metafísico de la última con respecto a la primera. Esto no está lo suficientemente claro todavía para mi. Pero puestas las cosas como han sido puestas hasta acá, pareciera ser que esas son las grandes diferencias entre unas y otras. Por lo que respecta a las similitudes, cabe destacar que el autor, independientemente de las diferencias, marca con notable intensidad que todas estas festividades suponen un vehículo de experiencia religiosa y enaltecedora. Aparte de estas festividades orgiástico-religiosas encontramos en la Grecia otro tipo de orgías que no tenían que ver tanto con la religión, esto es, que no tenían en principio ni una justificación ni un sentido religioso sino social. A éstas, Partridge prefiere llamarlas danzas eróticas, y dice de ellas que estaban muy extendidas y muy generalizadas por toda Grecia. Las más famosas eran las danzas Sicinis y las danzas Cordax. Las primeras correspondían a los dramas satíricos llevadas a cabo por Sátiros, y las segundas eran más bien danzas irreverentes que se correspondían con las comedias. En todas estas danzas eróticas, así como también parece serlo de las orgías, hay un elemento común tremendamente importante: la música. Está se halla representada fundamentalmente por el papel que tanto en las danzas, los banquetes y otros tipos de festividades similares jugaban la flauta y las flautistas. Partridge nos dice, siguiendo el testimonio de Teopompo, que “...algunos Tesalios ‘pasan toda su vida en la compañía ininterrumpida de bailarinas y flautistas, mientras que otros dedican el día entero a los juegos, la bebida y demás formas de disipación...’” Algunos ejemplos de estas festividades eróticas, juegos y otras anécdotas de la sensualidad griegas las paso a relatar a continuación. Respecto de los juegos, las danzas y los banquetes eróticos, aparte de las danzas Sicinis y las danzas Cordax, las fuentes nos hablan de: 1. Los juegos en honor del héroe Diocles en Megara, donde, “entre otras competiciones, había un concurso de besos para hermosos efebos...” 2. En Esparta se celebraran de forma anual, las gimnopedias, en la que muchos efebos danzaban desnudos y realizaban ejercicios gimnásticos en honor de los soldados caídos. 3. Las oscoforias, que se celebraban entre los meses de noviembre-diciembre consistían en una fiesta en la que “...dos hermosos efebos vestidos de mujer portaban los oscoi, o ramas de vid cargadas de uvas, que daban nombre a las festividades” Las anécdotas son, ciertamente, mucho más prolíficas y decidoras de eso que hemos llamado el particular modo griego de concebir el mundo. Algunos ejemplos de esta son: 1. “El orador Lisias cuenta la siguienta historia de Alcibíades y Axioco: ‘Zarparon juntos hacia el Helesponto y los dos se casaron en Abidos con Medontis de Abidos y cohabitaron con ella. Más tarde nació una niña, y ambos declararon que no sabían cuál de los dos era el padre. Cuando la niña alcanzó la edad del matrimonio, cohabitaron también con ella. Cada vez que Alcibíades disfrutaba poseyéndola decía que era hija de Axioco; cuando la poseía Axioco afirmaba que era hija de Alcibíades’”. 2. En el culto griego, a diferencia del de los romanos, las divinidades eran representadas de diversas formas, según el peculiar sentido que quisieran darle al dios. Así, no había una unívoca representación de Afrodita, por ejemplo, sino que, por lo menos había unas cuantas. Afrodita Porne, Afrodita Anosia, Afrodita Anadiomede, entre otras muchas. De aquí la surge la anécdota, según la cual, la razón por la que se erigieron también estatuas en honor de Afrodita Calipigia, se hallaba en la profunda predilección que los griegos habrían sentido siempre por las nalgas. La anécdota versa así: “un campesino tenía dos hijas muy hermosas que un día se enzarzaron en una discusión sobre cuál de las dos tenía las nalgas más bellas, y salieron a un camino para sanjar la cuestión. Pasó un joven, hijo de un anciano muy rico, y le descubrieron sus encantos. Él, después de contemplarlas detenidamente, votó a favor de la hermana mayor; de hecho, se enamoró de ella tan perdidamente que, cuando volvió a la ciudad, cayó enfermo y contó lo sucedido a su hermano, que era más joven que él. Éste decidió ir al campo a ver a las muchachas y también se enamoró de una de ellas, la más joven. El padre intentó convencerles de que contrajeran matrimonio con mujeres más respetables pero, viendo lo inútil de sus esfuerzos, y habiendo obtenido el consentimiento del padre de las muchachas, las mandó traer del campo y las desposó con sus hijos. Los habitantes de la ciudad las llamaron “las bien nalgadas”, como relata en sus versos yámbicos Cercidas de Megalópolis...” 3. El decoro también era algo bien evaluado entre los griegos. Había lujuria y sensualidad, pero también era importante la elegancia y la belleza. Las formas y ademanes groseros, ciertamente, estaban ex-patriados de la Grecia de la antigüedad. Un ejemplo de ello es la anécdota que nos narra Luciano. Dice él: vi a un joven y bello esclavo, al que habían asignado funciones de copero, apostarse sonriente detrás de Cleodemo, y quise averiguar por qué. Quedé observándolo atentamente y, cuando el bello Ganímedes se le acercó de nuevo para retirar el cáliz de Cleodemo, vi que éste le acarició el dedo y, según me pareció, depositó en su mano un par de dracmas junto con la copa. El muchacho sonrió al recibir la caricia, pero tuve la impresión de que no reparó en las monedas. En consecuencia, los dos dracmas cayeron tintineando al suelo, y tanto el filósofo como el muchacho se ruborizaron intensamente”. De acuerdo con Partridge, el rubor de Cleodemo se explica, en parte, por dos razones: “su incapacidad, siendo filósofo, de dominar sus emociones y el hecho de mantener una relación con un esclavo” 4. Se cuenta que “cuando Alejandro Magno derrotó a Darío, entró en Babilonia... y luego marchó contra Persépolis... se celebró un espectáculo en el que una multitud de heteras tuvieron un papel prominente a la vez que desastroso, dominadas e impulsadas por Thais... quien sugirió incendiar el palacio real, quien a paso de danza bacanal lideró a los incendiarios borrachos al son de flautas y cantos, y quien arrojó la primera antorcha” 5. Otra anécdota nos la proporciona Heráclides Póntico. En su libro “...nos dice de Temístocles que ‘cuando los atenienses todavía no eran adictos a las juergas y las prostitutas, (él) uncía cuatro cortesanas a un carro y las conducía a través del ágora en las horas de mayor afluencia’”. Los banquetes, todavía más famosos que las otras formas de disipación, también nos informan un poco acerca del modo griego de vida. Entre algunos de ellos Partridge nos cuenta lo siguiente: 1. De acuerdo con Teopompo, “...Estratón, rey de Sidón, ‘sobrepasaba a todos en lujuria y placer (...). Estratón (...) Celebraba fiestas en compañía de muchachas flautistas, cantoras y arpistas... Acompañado de amigos varones, tenía la costumbre de organizar competiciones para ellas y pasaba todo su tiempo a su lado, ya que...era un esclavo de su lujuria...’”. Según Partridge, una de las razones más poderosas de Estratón para organizar esos sendos banquetes y orgías era rivalizar con Nicocles acerca de cuál de los dos era capaz de mayor lujuria, placer y comodidad. 2. Cotis, rey de Tracia, le gustaba ofrecer banquetes al aire libre en sus peregrinaciones por el país. 3. Según Partridge, “Cares, general ateniense, solía llevar consigo en sus campañas a flautistas, arpistas y prostitutas, y destinaba una porción del presupuesto para la guerra al mantenimiento de este séquito, además de enviar otra parte de vuelta a Atenas para financiar los placeres de ciudadanos particulares y para uso de individuos insolventes, pendientes de juicio. Esto, naturalmente, le valió una enorme popularidad entre los ciudadanos, según Teopompo ‘porque ellos llevaban una vida similar (a la de Cares), y así los jóvenes pasaban el tiempo en compañía de flautistas insignificantes y en casas de prostitución, mientras que los mayores se entregaban al alcohol, el juego y excesos por el estilo. La población en general derrochaba más dinero en los banquetes públicos y la distribución de la carne que en la administración del Estado” Hay, todavía, un par de cosas que decir. Estas están referidas al concepto de familia que parece seguirse de las informaciones aportadas por Partridge y también a las formas cómo se manifestó entre los griegos la bi y la homosexualidad. En primer lugar, la familia no parece ser para los griegos el núcleo de su sociedad, ni lo más importante, ni el lugar tampoco en el que se despliega la forma más importante de la sexualidad. Algo de esto parece sugerir la diferencia que Partridge establece entre la mujer madre y la mujer prostituta, únicas dos formas cómo los griegos concibieron a la mujer en la antigüedad. La mujer madre, al parecer, no es fuente de goce ni de sensualidad -al menos no es la más importante, ni la primordialmente asociada con estas nociones- sino que ella es más bien el instrumento de la procreación, de la proyección de la especie, guardadora del hogar, la educación de los hijos y de todas las funciones domésticas que supone una familia. Partridge dice que “la esposa es inadmisible como compañera de lecho precisamente porque es la esposa y, además, la persona que cumple las funciones de madre y ama de casa”. Y en otra parte nos dice: “para los griegos, el lugar de la mujer estaba en su casa, y su función era la de madre y esposa”. Y aunque el adulterio era ampliamente tolerado para las mujeres, lo era infinitamente más para los hombres, pues se creía que por naturaleza el hombre tenía una disposición aún mayor a la poligamia. Sin embargo, si el adulterio se producía de parte de los hombres, era mucho más tolerado que la mujer, objeto de esta aventura extramarital, “...no fuera libre de nacimiento ni esposa de otro hombre”. Había, pues, una tajante diferencia entre mujeres respetables o mujeres madres y cortesanas o prostitutas. Esto es, de mujeres que juegan en la vida de los hombres el rol de madres y esposas, por un lado, y el rol de cortesanas y prostitutas, por el otro. La función propiamente orgiástica y sensual, aquella donde la lívido y las pasiones del amor, la lujuria y el desenfreno se desataban, la cumplían en la antigua Grecia las heteras y las prostitutas; la función social de la familia la cumplía la madre y la esposa. Aunque ambas eran importantes para la sociedad de la Grecia antigua, no cabe duda que las primeras desempeñaban un rol mucho más relevante, por la importancia que los griegos atribuían al placer y esas cosas. Sobre el tema de la bi y de la homosexualidad, Partridge nos dice que, al parecer, los griegos habrían sido “...perfectamente consciente de la naturaleza andrógina de los seres humanos... (y por esa razón) con sorprendente frecuencia encontramos relatos sobre hombres de costumbres viriles y preferencias aparentemente heterosexuales que aparecían en público vestidos de mujer” Las fiestas en Amato, en la isla de Chipre, en que se adoraba a un dios que era varón y hembra a la vez, da clara cuenta de este hecho. Entre las historias de personajes aficionados a travestirse con las que contamos de la antigua grecia, hallamos los nombres de Andrócoto de Frigia, Sagaris el mandarino, Jenócrates de Calcedonia y tantos otros.